La pandemia y el (des)orden mundial
Juan Ignacio Brito Profesor Facultad de Comunicación e Investigador del Centro Signos de la U. de los Andes
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Juan ignacio Brito
La irrupción del coronavirus sirve para desacreditar algunos lugares comunes. Uno de ellos es aquel que sostiene “a problemas globales, respuestas globales”. Porque hemos visto justo lo contrario: ante una crisis de alcance planetario, todos han corrido a rascarse con sus propias uñas.
La “guerra de los respiradores mecánicos” planteada por el ministro Jaime Mañalich es una muestra. No la única. Usando la pandemia como excusa, Argentina se retiró de las conversaciones del Mercosur con distintos países para negociar acuerdos de libre comercio. Por su parte, grandes bancos norteamericanos (JP Morgan, Bank of America, Goldman Sachs) optan por priorizar su mercado local y cancelan tratativas con gigantes europeos como BASF, Adidas y Daimler.
No es casual. A diferencia de lo que sucede a nivel doméstico, donde el Estado mantiene el orden y aplica la ley, en el sistema internacional no existe un poder centralizado que imponga normas de conducta y monopolice la fuerza. En un ambiente anárquico, todos deben proveer su propia seguridad. Se trata de un régimen de autoayuda donde nadie puede darse el lujo de confiar en el vecino. Por ello es que hay una “guerra por los ventiladores”. Y así también se explica que el sábado el Presidente Piñera celebrara la llegada a Chile de 72 respiradores como una victoria nacional gestionada con sigilo para evitar robos o incautaciones.
Sin embargo, que el sistema internacional sea caótico no significa necesariamente que sea ingobernable. Comprendiendo el riesgo que involucra la anarquía, a lo largo de la historia las grandes potencias han concebido regímenes para controlarla. Es a eso lo que llamamos un “orden internacional”, el cual no es otra cosa que el sistema internacional “intervenido” para darle gobernabilidad. Los que lo intervienen son las grandes potencias (las únicas que poseen el poder suficiente) y lo hacen creando normas (a veces escritas, casi siempre tácitas) que todos reconocen como legítimas y que rigen la convivencia entre las partes del sistema. El equilibrio de poder del siglo XIX entre las potencias europeas, la Guerra Fría entre EEUU y la URSS, o la unipolaridad norteamericana después de 1989 son ejemplos de orden internacional.
El problema es que hoy no existe orden internacional alguno. Eso es lo que ha provocado que sea tan notorio el egoísmo de cada uno de los Estados durante la pandemia. Aunque hay quienes insisten en que todo se arreglaría si entregáramos el control de la crisis sanitaria a una institución como la OMS, la verdad es que eso no pasa de ser un buenismo inútil. Lo que se necesita para gobernar el sistema internacional es poder y legitimidad, no buenas intenciones. Y mientras los que los tienen no se pongan de acuerdo para crear un orden internacional viable y legítimo, seguiremos viviendo bajo las crudas condiciones del sistema internacional.
Hace unos años, Ian Bremmer, presidente del Eurasia Group, calificó el momento geopolítico como uno donde, por primera vez en décadas, nadie estaba a cargo. Lo llamó el G-Cero y dijo que en él se hacía imposible la gestión mancomunada de los problemas globales. Sus palabras resultaron proféticas. En ausencia de un orden internacional, es simplemente imposible que haya soluciones globales para problemas globales como la pandemia de coronavirus. Habrá que esperar que emerjan liderazgos claros para ver si surge un nuevo orden mundial, el cual seguramente tendrá un carácter multipolar.
Por mientras, cada país está obligado a sacar las garras para velar por su propio interés en un ambiente hostil.